Publicaciones Malaletra publicó recientemente CHL Antología de escritores chilenos en versión electrónica en ePub y mobi; también disponible en Amazon para la plataforma Kindle. Presentamos el prólogo que escribió Emilio Gordillo, compilador de la antología, y que amablemente permitió publicar en este blog.
La escritura literaria chilena sigue, casi siempre, caminos de lo más extraños. Un ejemplo: el primer escritor chileno en decir algo interesante sobre Roberto Bolaño fue, ni más ni menos, Alberto Fuguet, tal vez el primero en usar en forma y estilo los materiales que el neoliberalismo tardío instalaría de manera feroz entre nuestras costumbres cotidianas. Esa sí que es ironía.
Y mientras ese mismo Fuguet inventaba un Chile de barrio alto que era lectura escolar obligada en los barrios medios y bajos, una serie de discursos, casi siempre bastardos, casi siempre alternos y silenciosos, se construían entre las carencias de rigor del sistema literario insular.
En una escena de Mala Onda, su novela más popular, un personaje salingeriano se pierde al cruzar el puente que hace más de una década separaba un Santiago de clase alta de otros varios Santiagos clase abajo. La falta de ubicación de aquel personaje al encontrarse con otro mundo, con otro planeta en una misma ciudad es en cierto sentido –bastante maniqueo– similar a lo que Alejandro Zambra ha sabido plantear de manera brillante y sencilla: El gran tema secreto de la literatura chilena es ese abismo entre lo que se dice y lo que se escribe. Así somos en Chile, escribe Zambra con una visión casi antropológica, desconfiamos de la fluidez, de la facilidad de palabra… A Fuguet, a diferencia de Zambra, es necesario olvidarlo: todas las calles de Santiago, hoy, tienen el color de las novelas de Fuguet, los colores del capitalismo tardío: colores verdes, acrílicos, barrios altos, medios o bajos. Así que yo me olvidaría de Fuguet, pero no olvidaría el uso de la luz nocturna en las películas que ha dirigido. Las calles de la capital son nada más que fragilidad en ellas.
Es quizá por esa desconfianza que esta antología –por nombrarla de algún modo– está lejos de quienes han tenido tan claro qué hacer con Chile y sus representaciones imaginarias. No aparece Fuguet por aquí. Ni Germán Marín, narrador increíble, farragoso y caníbal que, además de publicar incontables libros sobre un periodo reciente y aún en disputa en términos ideológicos –la novela sobre la dictadura que jamás se escribió– editó a bastantes escritores más o menos importantes. Lo curioso, eso sí, fue el hábil método de apropiación de libros a fin de leerse desde formas oblicuas, como un contrafuerte de sus propios escritos: el diálogo de sordos de un pedante consigo mismo. La visa de textos increíbles en el contexto de la producción chilena, como por ejemplo Trama y urdimbre de Matías Celedón, son un buen ejemplo de aquella estrategia de autovalidación. Y qué decir de las correcciones pedantes, sin aviso ni respeto alguno, a la primera edición de Poste Restante de Cynthia Rimsky.
Por algo similar tampoco aparece Jaime Collyer, más allá de que Gente al acecho, probablemente, sea uno de los mejores volúmenes de relatos publicados en los rincones oscuros del «horroroso», citando a Enrique Lihn. Collyer también formó parte, como escritor y editor, de la abrumante cantidad de libros publicados bajo la colección Biblioteca del Sur de Editorial Planeta, que durante los noventa mezcló libros totalmente disímiles tras la consigna de publicar la literatura chilena que la transición a la democracia habría de generar. Hoy, la mayoría de esos libros se encuentran en librerías de saldos, siempre escasas en Chile.
Encontrarán aquí la prosa sucia y humorística del proyecto territorial –y único en la escritura latinoamericana– de Marcelo Mellado, el estilo velocísimo con que Álvaro Bisama escribe sobre la juventud abandonada de Valparaíso y la avidez de mitos que ese mismo abandono produce como saber pobre y sin salida, también el proyecto de Nona Fernández, siempre atenta a los fragmentos de identidad y memoria que dejan los signos en su desperdicio por la ciudad de Santiago, la escritura de esa viajera vertical que es Cynthia Rimsky, su mirada milimétrica, acompasada y extraña en la que volvemos a dar sentido a objetos que siempre parecen comunes u olvidados. La sordidez del relato de Lina Meruane, Antonio Gil y los enigmas en una momia precolombina. Códigos de un lenguaje andino ya casi borrado que va dejando una huella imprecisa en el tiempo. También Óscar Barrientos y su invención: Puerto Peregrino, un eco de Punta Arenas, una de las ciudades más australes del planeta. La difuminación genérica en Alameda tras la rejas de Rodrigo Olavarría también tiene cabida en esta antología, la primacía de un sujeto que ha convertido la impostura y el careteo en algo genuino y humorístico. Y claro, la escritura burlona, sarcástica y poética de Yuri Pérez, quien trabaja con materiales de las periferias santiaguinas y los estructura en una prosa poética áspera, feísta, ridícula y crítica.
Lo que ha guiado la arbitrariedad de este volumen de textos y el que vendrá, fuera de asuntos sistemáticos, son dos puntos: la sensación que en mi lectura han dejado ciertos escritores en ese ejercicio o intento de llevar aquel vacío entre el decir y la escritura hacia el hallazgo de una forma, una forma que, tal vez, más allá de ser una construcción excesivamente consciente, se hallaba ahí desde antes. Y he aquí lo que me ha costado tanto decir sobre esta antología: su eje es la capacidad de invención a través de la desconfianza. Por otra parte, no menos determinante, ambos volúmenes no están dirigidos a lectores chilenos, y esto sí que es una ironía pues cómo saber a estas alturas qué es chileno y qué no. Somos, hoy, uno de los inventos más interesantes de y para los centros de poder. Por eso tanta atención a lo que se produce en Chile. Somos tan aburridos como ellos.
Y por lo mismo, esperamos una futura traducción al italiano, y quizás a otros idiomas.
Insisto: no necesariamente trabajaría yo con los materiales que estos escritores han desarrollado en sus proyectos. Lo importante es la invención de lenguajes.
También es importante remarcar mi decisión de no invitar escritores de mi edad, o menores, que abundan. Creo que no me corresponde ese ejercicio. Además, no sé verdaderamente si en estos casos se puede hablar de escritura chilena, menos de literatura chilena. A pesar de mi falta de fe en la existencia de algo llamado literatura chilena, por supuesto, existen escritores. En una lectura simple y regionalista esto podría parecer preocupante. La verdad no lo es tanto. Decía Borges en una suerte de crítica solapada a las novelas regionalistas en El jardín de senderos que se bifurcan: Pensé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país; no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes. Estas ideas y propuestas para las literaturas latinoamericanas, tan gravemente leídas por lectores tan inteligentes como el mismo Ángel Rama, nos enseñan algo. Fuera de toda gravedad, esta indelimitación y sus herencias han sido tremendamente enriquecedoras en la diversidad secreta de la escritura en Chile.
Qué decir de la miseria y la precariedad. Algunos de los textos más interesantes de Enrique Lihn, Gonzalo Millán o Nicanor Parra dialogan con y desde ellas. Ayudan a evitar sistemas de coacción central o censura como es el caso del sistema de creadores mexicano y su status quo literal y aburridísimo. Todo es disidencia en Chile. Hasta quienes publican en Alfaguara Chile, o en Random House Chile. Miseria menor, miseria de estatus, miseria intermedia. Por todo lo dicho anteriormente, creo que no puede haber mejor momento para escribir esta suerte de prólogo: arriba de un avión, rumbo a Chile, a diez mil metros de altura, nada sólido arriba, abajo o a los costados, mientras la luz va cayendo y deja poco a poco todo a oscuras.
Emilio Gordillo
12 de marzo. Lugar indeterminado. MEX>CHL