Los libros electrónicos ganan terreno en el mercado, pero su diseño editorial es defectuoso: la piedrita en el zapato de la lectura en los nuevos soportes. Quienes experimentábamos una especie de fervor digital comenzamos a instalarnos en la decepción. Si los e-books son cómodos, baratos y fáciles de almacenar, ¿por qué seguimos leyendo libros impresos? La respuesta tiene mucho que ver con el descuido en el diseño de las ediciones electrónicas.
Mis simpatías se encuentran divididas: este año comencé a leer libros electrónicos, atesoro mi Kindle Paperwhite y me doy cuenta de que, ahora que lo tengo, leo más que antes. Sin embargo, los defectos de las ediciones me tienen sumergida en una especie de perturbación sutil que finalmente es incómoda. Aunque ya no podría vivir sin mi Kindle, el diseño editorial de los libros digitales me tiene, en general, decepcionada. Por otra parte, sostengo un compromiso de por vida con los libros impresos y, sin embargo, me niego a volver a ellos del todo.
¿Quién me vende un libro electrónico? ¡Por favor!
Es un hecho que los e-books van ganando terreno. Se reporta que, en Estados Unidos, el 23 por ciento de las ventas de editoriales corresponden al libro electrónico y generaron, en 2012, unos tres millones de dólares. En el Reino Unido, las descargas de e-books crecieron un 66 por ciento el año pasado, y todo parece indicar que las nuevas tecnologías impulsan la industria editorial en lugar de dañarla. El mercado del libro electrónico promete, porque se trata de materiales baratos y relativamente fáciles de conseguir.
Y digo relativamente porque el mercado hispanoamericano no funciona igual que en Estados Unidos y Europa: en México no tenemos tienda Amazon, la oferta en los catálogos de libros electrónicos de las editoriales es ridícula, y quienes optamos por leer en los nuevos soportes tenemos que hacernos de artimañas para descargar ejemplares gratuitos, ya que nadie parece estar interesado en nuestro dinero. Es decir: si hubiera buenos y suficientes materiales a la venta, pagaríamos por ellos bajo absoluta convicción. Pero resulta que no los hay. Entonces corremos a las webs de descargas y leemos lo que podemos, aun a pesar de la gran cantidad de defectos que presentan estas ediciones.
Ediciones defectuosas, a dos dólares la pieza
Los defectos de los e-books son graves: muchos de ellos ni siquiera tienen cubierta, sus páginas legales vienen incompletas (cuando existen), los índices parecen trazados por malos estudiantes de secundaria, los formatos son un problema, la caja de texto está mal maquetada, y no hablemos del colofón, una suerte de utopía. Por si lo anterior no fuera suficiente, hay errores en los contenidos.
Sin embargo, aunque las editoriales no den trazas de darse cuenta, los e-books también son libros, presentan la misma función de los materiales impresos. Por eso nos sorprende tanto que, representando un negocio promisorio, su diseño parezca improvisado y muestre tantas deficiencias. Podría pensarse que los libros electrónicos de paga están mejor diseñados que los títulos que descargamos gratuitamente, pero no es así. Lo digo por experiencia propia (y repetida).
Un caso personal reciente: descargué los dos primeros capítulos de Madame Bovary en Amazon, ese adelanto sin costo que la tienda ofrece para dejar picado al lector y luego venderle el volumen completo. La edición era defectuosa, como suele pasar. El error más reiterado y notorio: la conjunción copulativa «e» aparece a menudo sustituida por una «a». Por ejemplo: «Emma era frívola a indolente.» No pasa nada, la oración se entiende y una puede seguir leyendo. Pero poder seguir leyendo no es lo mismo que estar dispuesta a pagar por una edición descuidada. Ni siquiera los dos módicos dólares que cuesta.
Entonces acudí a una página de e-books gratuitos, y me descargué su versión de Madame Bovary. Resulta que es exactamente la misma que había comenzado a leer, cortesía de Amazon. ¿Verdad que hice bien en no pagar los dos dólares? Que no se me malentienda: me encantaría pagar los dos dólares, o hasta cinco o diez o veinte, si a cambio recibiera una edición cuidada. Pero tal parece que pido demasiado, que los lectores pedimos demasiado, que el escenario no está montado para complacernos con ediciones digitales decorosas.
Ni hablar: back to basics
Como la lectura Madame Bovary me tiene ganada, y estoy por terminar, planeo acudir a una librería. Me compraré una buena edición impresa, con un flamante estudio preliminar, con una página legal que puntualice el nombre del traductor y la fecha de publicación de la obra original. Porque, fíjense qué cosas, pertenezco a una especie que espera leer literatura a partir de un diseño editorial digno. ¿Ustedes creen que me equivoco?
Esa será mi solución. Pero no crean que me satisface del todo. ¿Por qué no podemos tener libros electrónicos bien diseñados? ¿De veras es tan difícil? Genuinamente quiero saberlo. Lo cierto es que, en estos nuevos soportes, las labores del diseñador se reducen en cuestiones de tipografía e interlineado, que pueden modificarse en lectores como Kindle. Lo lógico entonces sería que los otros aspectos (índice, maquetación, cubierta) estuvieran mejor atendidos.
Quiero decir que la digitalización no debe ser entendida como una simple conversión de archivos, como una actividad mecánica que cualquiera puede realizar. Urge una generación de verdaderos diseñadores editoriales para los nuevos formatos.
Por lo tanto, no me extraña que sigamos leyendo libros impresos, aunque algunos aseguren que éstos estén por convertirse en objetos de culto o de museo (lo cual situaría al diseñador editorial de la vieja guardia, ese que sí cumplía con su tarea, en una especie de parnaso).
El asunto es que no queremos leer solamente libros en papel. Queremos que los libros digitales gocen de diseño verdadero, que los diseñadores hagan su trabajo, que las editoriales se encarguen de su parte y se armen con un equipo especializado. ¿Es demasiado pedir?
Imágenes: Mike Licht, C Net
Fuente: monkeyzen