En Suplementodelibros están haciendo un inventario/catálogo de los libros sobre el narcotráfico, parece con la sola intención de documentar su existencia. Trataremos en lo posible de ir siguiendo este registro. Diciendo que están seleccionadas al azar, me parece una lista interesante sin embargo. Los dejo con la lista de novelas que proponen, espero que no se enfaden mucho porque aparentemente «no se puede copiar texto» de su sitio (amateurs). Pero por eso los vuelvo a invitar a que visiten el original de este post acá Libros del Narco (novelas).
Rosario Tijeras, de Jorge Franco.
La razón de incluir la novela del escritor colombiano Jorge Franco en esta selección de libros del narco proviene de la necesidad de entender que el fenómeno del narcotráfico no es privativo de México y lo mismo pasa con la literatura y el periodismo que intenta explicar, cuestionar y desentrañar las ruinas creadas por este negocio ilegal. De hecho, el narcotráfico no se puede suscribir sólo a México y Colombia pues extiende sus tentáculos por el grueso de América Latina, lo cual se convierte en un fenómeno muy peligroso.
Rosario Tijeras es una de las novelas insignias etiquetadas como “narconovela”. Historia que retrata la situación de los jóvenes de las comunas de Medellín, dedicados al sicariato para el cártel local. De Rosario se enamorarán dos jóvenes amigos de clase alta, quienes terminan en medio de las guerras intestinas desatadas en la ciudad tras la muerte del capo Pablo Escobar. La novela termina contando estos hechos con un lenguaje plagado de lugares comunes y generando un romanticismo débil alrededor de la figura de esta mujer vengativa y violenta. Vista en retrospectiva, resulta un relato con una idealización fantástica hacia el personaje femenino, a quien se le perdona todo porque se le ama. La novela termina siendo demasiado bucólica y ligera, tanto como su adaptación cinematográfica. (JMH)
Colombia: El Tiempo, 1999.
La frontera huele a sangre, de Ricardo Guzmán Wolffer
Guzmán Wolffer es un caso extraño en la literatura mexicana. Licenciado en Derecho, maestro en Política Criminal, egresado del posgrado del Instituto de Especialización Jurídica de la Suprema Corte de Justicia, especialista en derecho fiscal, procesal y penal, así como juez de Distrito en Sonora y D.F., también cuenta con una amplia trayectoria como escritor de ciencia ficción y literatura de terror, siendo incluso un referente dentro de la narrativa fantástica mexicana, luego de ganar el Premio Nacional de Cuento de Vampiros del Estado de Coahuila en 1997, y otros más. Guzmán Wolffer ha abordado el cuento policiaco pero es hasta La frontera huele a sangre que incorpora el tema de la migración y el tráfico de drogas a la trama de su personaje principal, ‘El Sepu’, policía judicial que a la manera del ‘Zurdo Mendieta’ de Élmer Mendoza, se convierte en un antihéroe que debe desmantelar cargamentos de droga que pasan por Nogales. La novela logra que el lector se identifique con su personaje principal, ya que sus aventuras resultan pícaras y llenas de infortunios como cuando logra llegar a tiempo al parto de su mujer y ver nacer a su primogénito, luego de localizar un cargamento de droga. La frontera huele a sangre retrata un ambiente de polleros y contrabandistas en donde todavía la violencia no se convierte en la barbarie de decapitados, cuerpos cercenados o adversarios quemados. Aún se trata del norte salvaje pero no lleno de salvajismo. Cabe señalar que Guzmán Wolffer desgastó a su propio personaje al enfrentarlo en otras de sus novelas con vampiros y hombres lobo, como en Colman los muertos el aire, o con zombies, en Sepu y el Milanesas contra los zombies políticos. Extraña que un autor con tanto conocimiento sobre el mundo judicial en México permita que su pasión por lo fantástico opaque sus propias posibilidades creativas. (ON)
México: Lectorum, 2001.
La reina del sur, de Arturo Pérez Reverte
Novela emblemática cuando se habla de las llamadas “narconovelas“, esta obra del escritor español Arturo Pérez Reverte es, en esencia, una novela de acción, de amor, de traición, como muchas de las obras del autor, famoso por su saga de novelas históricas protagonizadas por el ‘Capitán Alatriste’ o de intrigas, como El Club Dumas, entre varias más. La Reina del Sur retrata la vida de la narcotraficante mexicana Teresa Mendoza, quién tiene que salir huyendo de Culiacán después de la muerte de su novio y se refugia en España realizando trabajos mal pagados, para finalmente incursionar en el narcotráfico, convirtiéndose en la dueña del negocio en el sur de la península española. La traición determina el accionar de los personajes, quienes rápidamente denotan su falta de profundidad psicológica y la trama va encallando y muriendo lentamente, pues las perspectivas de los protagonistas terminan perdidas irremediablemente en la sordidez de lo inmediato. Esta novela es claro ejemplo de lo que sucede cuando se desconoce casi todo sobre un tema: por más información que el autor almacene, es probable que las historias terminen encorsetadas por sus propias limitaciones. (JMH)
México: Alfaguara, 2002.
Todos santos de California, de Luis Felipe Lomelí
Luis Felipe G. Lomelí, ingeniero físico con especialidad en genética, con maestría en ecología y doctor en filosofía de la ciencia, escribió un libro que aborda el narcotráfico en la región de Baja California Sur, y su conexión con la costa de Sonora y Sinaloa, ganando el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí en 2001. Antes de escribir el volumen, Lomelí vivió en California, Wisconsin, Monterrey, Illinois, Ciudad Juárez y La Paz, dinámica que se ve reflejada no solo en el habla de sus personajes sino también en el uso de sus técnicas narrativas. El ambiente de Todos santos de California es exótico. En él se describen las ballenas retozando y las formas cactáceas reflejadas en la calma del Mar de Cortés, en contraste con la violencia del narcotráfico y del usufructo de la sal, dado que en la península se asienta la salera más grande del mundo. El acierto del libro radica en su despliege idiomático que captura pochismos, anglicismos y registros locales. Destacan los cuentos Todos santos de California, escrito con técnica faulkeriana, y Al fin y al cabo, que recuerda la mítica balacera emprendida por el Chapo Guzmán en Puerto Vallarta en 1992, para aniquilar a los Arellano Félix. En el cuento, unos sicarios introducen armamento en un teibol mediante la gente de intendencia. La tensión se mantiene hasta que llega el momento de ejecutar a los enemigos. “Esto va a ser como lo del Christine, vato”, le dice un sicario a otro, mientras disfrutan del espectáculo de las chicas contoneándose. “Mejor ya dejemos la plática y vámonos al baño por las armas”, dice otro, haciendo que en Baja California Sur también se detone el poder del narco. El libro será reeditado este año por Tusquets. (ON)
México: Tusquets/Conaculta/INBA, 2002.
Contrabando, de Víctor Hugo Rascón Banda
Considerada “la gran novela del narcotráfico” por el crítico Fernando García Ramírez, Contrabando representa un hito en la literatura en México, ya que fuera de si es la mejor o no en su tipo, queda en el aire si la novela de Rascón Banda es la primera de su clase, y si de ahí pueden extraerse las claves para suponer de una vez por todas si este fenómeno literario existe en nuestro país como un género en sí mismo. Contrabando se remonta a 1991 y se levanta con el Premio Juan Rulfo de Novela. Lo anterior echa por tierra que haya sido el calderonismo lo que desató este tipo de textos pues desconocemos siquiera las categorías teóricas que configurarían semejante “género”. Lo que es de admirarse en esta novela es la agilidad de la voz narrativa de su personaje principal para contar la historia de ‘Hugo’, un escritor nacido en Santa Rosa de Uruachi, Chihuahua, que decide regresar a su tierra natal para terminar un guión de película y una obra de teatro, viéndose desde el primer momento invadido por los poderes del narcotráfico que los sinaloenses extendieron a las serranías de Chihuahua, lugar donde descubrieron que también se podía sembrar goma de opio y marihuana, y donde los narcos ya no pueden distinguirse de los policías judiciales. En esta ficción -que quizá mucho tenga de autobiografía- se usan letras de corridos, transcripción de audiograbaciones o transmisiones de radiofrecuencia como recursos narrativos. Como señala Ignacio Trejo Fuentes, “quienes solo conocen a Víctor Hugo Rascón Banda como dramaturgo se sorprenderán al conocerlo como narrador”. Contrabando fue editada por Braulio Peralta en 2008, año de la muerte del autor sin que éste la viera impresa, tras 10 años de rechazos editoriales. Si como dice Eduardo Casar, Rascón conforma una “especie de escuela de escritores portátil”, cabría preguntar si lo recordaremos como fundador de una literatura que desborda los límites del realismo. (ON)
México: Editorial Planeta, 2008.
Trabajos del reino, de Yuri Herrera
Trabajos del reino narra el interior de la vida de un cártel del narcotráfico a través de la voz de ‘Lobo’, un cantante de corridos, quién conoce en una cantina al ‘Rey’ y se integra en la corte de éste, en donde se vuelve el favorito de todos los miembro de la corte y por lo tanto tiene acceso a todas las intrigas que se tejen tras los bastidores de una corte en donde todo es apariencia y los juegos de poder culminan con la muerte de alguno de los implicados. Contada en forma de fábula, el autor le da al lenguaje un peso específico, tocado por un lirismo que rescata el valor del lenguaje popular. La novela cuenta algo más: la historia secreta del poder, el magnetismo que puede llegar a tener la palabra para controlar, para mentir, para construir una narrativa alternativa a los poderes legales, pues Herrera nos permite ver que el narco seduce con su imaginería, sus rituales, el poder de sus armas, pero también puede hacerlo a partir de la palabra, de la letra y construir así una narrativa propia que destaque a los narcotraficantes, los presente de una manera diferente, magnificada ante el oído del resto de los mortales. Herrera crea así una obra que nos habla desde los interiores palaciegos del narcotráfico para construir una historia sobre el poder, la traición, la psicología oculta de los arquetipos que conforman a sus personajes. Novela que destruye las ideas y los estereotipos que se han construido sobre el tema del narcotráfico. (JMH)
México: Fondo Editorial Tierra Adentro del Conaculta/Centro Cultural Tijuana, 2004. | España: Periférica, 2008.
Al otro lado, de Heriberto Yépez
Al verse la portada de este libro se puede pensar en una “novela del narco” a juzgar por el marino que sostiene entre sombras un fusil de asalto junto al muro norteamericano. Sin embargo, la novela de Yépez no abarca el tráfico sino más bien el consumo. El ‘Tiburón’ no es el mismo de Juan Carlos Reyna, sino el ‘Tiburón Quintero’, adicto al phoco -droga a base de cocaína, sosa cáustica, veneno para ratas y “polvo de los cerros que rodean Ciudad del Paso”-, en un lugar que bien podría ser Tijuana, sitio de residencia del autor -académico, sicoterapeuta y crítico-, pero también Nogales, Ciudad Juárez, Matamoros, o cualquier otra donde el cruce de migrantes pueda ser visto a través del humo del crack (droga que podría equipararse al phoco que menciona Yépez). “Todo lo demás, la pensión (donde ‘Tiburón’ oculta a indocumentados en su también calidad de pollero), esta pinche ciudad, los migrantes” son una ilusión. “Sólo el phoco es real”, insiste el protagonista, y con ello, el sentido de frontera se manifiesta a través del spanglish y su poder lingüístico radicado en Matamorros, ciudad perdida de casas de cartón y siete mil narcotienditas en donde los jóvenes se destruyen las entrañas. En Matamorros pulula el ejército de chiquinarcos, de niños dispuestos a matar para comprar droga. En esta novela ya se habla de halcones, de picaderos, de cholos. También de los enroques con la policía para vender phoco en la calle, de la Oración de la Cruz del Cruce, con la que se pide a la Providencia llegar sano al otro lado. El libro de Yépez no es una novela de matanzas, de guerra de cárteles o del ejército en las calles, sino de las orillas, de vivir al cien, de cruzar al punto del no retorno. (JMH)
México: Editorial Planeta, 2008.
Entre perros, de Alejandro Almazán.
Esta novela está centrada en el reencuentro de tres viejos amigos, cuyas historias personales dan cuenta de cómo se ha transformado y trastocado la sociedad mexicana en los últimos veinte años, en donde el negocio del narcotráfico y la violencia inherente a éste se han vuelto omnipresentes en buena parte del territorio nacional. ‘Diego’, un reportero ambicioso que no duda en traicionar a nadie para obtener la nota; ‘El Bendito’, temido sicario de los narcos, jefe de clica de los asesinos; y ‘El Rayo’, promotor de box que no duda en acercarse a los poderosos del cártel para triunfar en la vida. Una vez más los tres amigos se han reunido en Culiacán, pero en esta ocasión el motivo de la reunión es un cuerpo colgado en el Puente Negro de la ciudad. Un muerto que traerá desgracias y que desatará las intrigas y las guerras intestinas que siempre están al aceche entre los cárteles y esos oscuros aliados que tienen los narcotraficantes entre los poderosos de la política nacional.
De ritmo trepidante, las acciones se suceden sin descanso y van dejando al lector convencido de que la hipocresía humana no tiene más límites que el miedo. Sin embargo, la primera novela del también periodista nos demuestra que el alma humana es mucho más compleja de lo que quisiéramos confesar y se encuentra llena de claroscuros, de contradicciones, algunos tan enormes que el cariño y la amistad no bastan para darles sosiego. (JMH)
México: Mondadori, 2009.
Sicario. Diario del diablo, de Víctor Ronquillo.
El autor de esta novela ha trabajado durante muchos años como periodista siguiendo y retratando los conflictos más importantes del país, desde los feminicidios en Ciudad Juárez (Las muertas de Juárez) o la migración que provoca la pobreza en extensas zonas agrícolas del país (Migrantes de la pobreza). Buena parte de su trabajo periodístico lo ha dedicado a documentar los eslabones del negocio del narcotráfico a nivel internacional y nacional (como el libro De los maras a los Zetas que escribió en colaboración con Jorge Fernández Menéndez). Este amplio bagaje le dio toda una serie de elementos para intentar contarnos a manera de ficción la caída en el abismo de las drogas y del narcotráfico de un joven pandillero migrante apodado ‘El Diablo’ que en una sola noche asesina a doce personas en su pueblo natal en el estado de Guerrero. Lo que podemos ver en esta novela es la preocupación del autor por entender qué lleva a un joven que encuentra en la migración a Tijuana un modo de sobrevivir a la carencia, en un pandillero de una ciudad fronteriza. Sicario es un retrato de la terrible realidad de jóvenes que encuentran en el imaginario de la delincuencia una forma de arraigo a la vez que se convierten en carne de cañón de los cárteles, quienes ven en esos jóvenes un material desechable, barato, para los trabajos y asesinatos más terrible. Por desgracia, la novela de Ronquillo carece de profundidad narrativa para adentrarnos en esta psique atormentada y dañada que termina asesinando personas en un acto de desesperación que conduce hacia ninguna parte. (JMH)
México: Ediciones B. 2009.
Corazón de Kaláshnikov. El amor en los tiempos del narco, de Alejandro Páez Varela
Alejandro Páez Varela, experimentado periodista y ex subdirector de El Universal y Día Siete, se aventura en su faceta como escritor a contar la historia de ‘Jessica’, una mujer de Ciudad Juárez asesinada mientras se entera por televisión de una masacre en Texas donde tres niños pierden la vida, sin saber que son los hijos del hombre que la abandonó años antes por miedo a las represalías al perder más de 20 kilos de cocaína en una aduana. En la novela de Páez también se entreteje la historia de ‘Juanita Quintero’, mujer de 50 años que regentea un burdel y que se suma a la interminable lista de mujeres ejecutadas en la ciudad. Las referencias a la vida de la frontera, donde Páez Varela nació y creció, están dominadas por el narcotráfico. Incluso se alude a “dos muchachos” que se convertirán en futuros jefes “de la Raya” (La Línea), “brazo armado del cártel (de Juárez)”. Aunque llena de sicarios, Corazón de Kaláshnikov es un claro ejemplo de que la ambientación no es suficiente para considerar a una obra “narco novela” dado que aquí el peso de la trama tiene que ver más con la imposibilidad del amor que con el origen de la violencia. El propio autor ha señalado: “Me rehúso a pensar que se esté haciendo una literatura del narco, eso no existe, lo que hay es una literatura, buena literatura, que se está alimentando de lo que hay alrededor”. Corazón de Kaláshnikov posee un ritmo fluido y capítulos donde cada escena explica la anterior, causando la sensación de que bien podría ser leída al revés. El libro presenta casi los mismos colores, viñetas y diseño que El arte de la guerra para narcos, libro publicado también por Planeta. (ON)
México: Planeta, 2009.
Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos
Ampliamente celebrada por la crítica mexicana, constituye el reverso de Contrabando, de Víctor Hugo Rascón Banda. El enfoque que Villalobos hace sobre el fenómeno del narcotráfico tiene una clave que dialoga más con la literatura que con la realidad. La novela narra la historia de un niño, hijo de un capo, quien vive para cumplirle todos sus caprichos, incluidos unos hipopótamos de Liberia en peligro de extinción, deseo que parece más un capricho del autor que de su propio personaje. En el palacio en el que viven, ‘Yolcault’ –su padre- se entera de los movimientos de su cártel por medio de las noticias de la televisión y por algunos encuentros con “el gober”, quien le informa cómo van sus negocios. La servidumbre tiene nombres en náhuatl como ‘Mazatzin’, ‘Miztli’, ‘Chichilkuali’ o ‘Quecholli’ para representar lo mexicano a manera de simbolismo. ‘Tochtli’, el niño-narrador divide el mundo entre “sórdido” y “patético”, a manera de un jeque árabe para darnos a entender la ostentosidad del mundo del narco, lo cual queda tan claro que cansa. Para Villalobos, “México a veces es un país magnífico y a veces es un país nefasto”, lo cual resulta no sólo moral sino maniqueo. Tiene razón el crítico Rafael Lemus, quien cree que en vez de proponer una perspectiva singular del asunto, esta novela “desdeña los procesos sociales, desprende a los cárteles de otras instancias políticas y financieras, se encandila con la titilante superficie del fenómeno”. “Bonita narcopoética –dice Lemus- “creer que el narco es indecible, creer que la narrativa apenas dice”. Y es cierto, a Villalobos le parece que hablar de un viaje al África en busca de animales en extinción para satisfacer un capricho, es explicar el fenómeno del narco. Es cierto, la prosa de Villalobos es intachable y eficaz, pero también que construyó su ficción lejos de México, en Europa, “desayunando de siete de la mañana a once, tomando café y leyendo las noticias del día anterior”. El propio Villalobos acepta que su novela apenas es una iniciación sobre la realidad, y en ese sentido, no se le puede acusar de ser deshonesto. (ON)
España: Anagrama, 2010.
El Sinaloa, de Guillermo Rubio
Es una de las pocas “novelas del narco” que en realidad lo son, y una de las mejores de las que se han escrito en este rubro. Asimismo, tal vez la única que delinearía un género del que hasta hoy se desconocen sus reglas. Los personajes, la trama, el ambiente, el lenguaje, los motivos y los intertextos son puramente los del mundo de la delincuencia organizada y el narcotráfico. La mímesis es el de la traición, el sadismo, el de la forma de vida de los capos, los sicarios y los policías coludidos desde las más altas esferas en el negocio del tráfico de estupefacientes y el aniquilamiento de los rivales. Es un mundo de claves policiales, de muertes que se planean dentro de las cárceles. El mundo del protagonista, un ex judicial apodado ‘El Sinaloa’ y contratado para matar a El Willito, hijo de un viejo amigo, es el de un asesino a sueldo de la vieja guardia, conquistador de mujeres y efectivo en su trabajo, pero que se enfrenta a un mundo nuevo: el de la traición. “Así es el mundo de la mafia –dice ‘El Sinaloa’-, el verbo traicionar se aplica con rigor. Yo traiciono, tú traicionas…, todos traicionan. Pinches traicioneros, hijos de puta todos. Ni a quien irle…” La novela de Rubio es también un hallazgo en capturar la incursión de Los Zetas en el negocio del narcotráfico, un cártel con una “nueva modalidad de la mafia mexicana: ocupar plazas del narcotráfico a base de violencia”. Al final, exiliado junto a la curvilínea Adelaida en un paradisíaco paraje de Colombia, ‘El Sinaloa’ también es traicionado por un amigo cercano. “¡Chingue su madre el mundo!”, argumenta el nuevo traidor, mostrando que nada importa, aunque sea la nada lo que les impida salir de la espiral de la muerte. (ON)
México: Editorial Terracota, 2012.
El abogado del narco, Harel Farfán Mejía
Thriller policiaco de este novel escritor en el que devela la forma en la que el negocio del narcotráfico creció al amparo del poder político y policiaco en nuestro país entre las décadas de los años ochenta y noventa. El autor crea varios personajes ficticios que funcionan en medio de personajes reales del crimen organizado mexicano por todos conocidos y nos permite revivir a detalle la guerra oculta de las mafias mexicanas del narcotráfico en esos años. Los datos producen una visión de la vida corrupta de nuestra clase política, sus vínculos con los jefes policiacos y los mafiosos gracias a la voz narrativa -la del joven abogado ‘Lorenzana’, quien irá escalando posiciones y alcanzando cada vez más poder al trabajar para uno de los jefes del extinto Cártel de Guadalajara. La novela aporta un acercamiento interesante sobre los vínculos corruptos entre estos elementos de la vida pública del país, aunque sufre de un trabajo lingüístico apresurado, poco cuidado, que desorienta al lector, dejando muchos cabos sueltos, con saltos en el espacio que no son explicados. Sin embargo, El abogado del narco podría poner los acentos en la historia del narcotráfico mexicano, historia aún no escrita, que sigue en las brumas de los escándalos mediáticos, de los rumores, las falsas noticias que han conformado los mitos de este negocio que permanece vigente en nuestros días. (JMH)
México: Ediciones B. 2012.
Chinola Kid, de Hilario Peña
Uno de esos libros que dicen más de lo que aparentan. Escrito en clave de parodia, la quinta novela de Peña presenta una trama que bien podría ser considerada un western, en el sentido de que un hombre de honor funge como agente de la ley imponiendo la justicia en un ambiente de pistoleros y maleantes, extrapolando la dicotomía entre buenos y malos. Sin embargo, al pasar este esquema a la realidad mexicana (en un poblado ficticio de Sinaloa llamado El Tecolote) la clave cambia, ya que el hombre de honor resulta tener un pasado como maleante. Al creerse su papel a pie y juntillas, Rodrigo Barajas aplica la ley con tal rigor que los malos quieren asesinarlo y los buenos lo consideran incómodo. Peña delinea en su protagonista a un héroe que no toma en cuenta las viejas rencillas entre familias ni la ambición casi connatural en un entorno dominado por el narco. Tampoco considera que al aplicar la ley en un ambiente como ese hasta uno de los jóvenes más pacíficos del pueblo se pase a las filas del narco al sentirse humillado. Lo especial en Chinola Kid es que conforme pasan las páginas, El Tecolote se vuelve un micromundo que devela los hilos que explican la violencia en México, definidos por la venganza y el pragmatismo criminal.
Hilario Peña, nacido en Mazatlán y radicado en Tijuana, sabe que mediante el humor se puede también mostrar la parte débil de los criminales como cuando uno de los dos principales capos es regañado por su madre. “Chinola” es el nombre que reciben las personas de Sinaloa que llegan a Tijuana. Pareciera que incluso con este simple giño, Peña logra retratar la transformación que ha sufrido el noroeste de México al arraigarse la cultura y la economía del narcotráfico. Y hacerlo mediante el humor, resulta un enorme acierto. (ON)
México: Random House Mondadori, 2012.
20 poemas para ser leídos en una balacera, de John Gibler
¿Poesía del narco? ¿Narcopoesía? 20 poemas para ser leídos en una balacera es un libro que va más allá. Es un libro que recuerda evidentemente a la obra de Neruda y de Girondo. Del primero podríamos decir que retoma el sentimiento del amor. Pero no cualquier amor, sino un amor dolido, que observa con tristeza, con frustración, cómo este país -segundo hogar del periodista norteamericano- se desangra absurdamente mientras nuestras autoridades se niegan a ver que las causas de tanta muerte están más allá del mero negocio que el narcotráfico representa. Gibler nos dice que el motivo de tanta muerte, de tanta saña, también es la injusticia que gobierna en este país, en donde varios elementos del entramado político-policiaco protegen los negocios de estas empresas criminales, que se alimentan de la pobreza y de la marginación que los otros mantienen como un elemento central de un país al que Gibler ha retratado como periodista y que conoce muy bien, mucho mejor que algunos periodistas y políticos mexicanos.
Gibler retoma el elemento de Girondo para darle una estructura de salmo, de pequeñas oraciones que pueden salvarnos la vida o cambiárnosla, al darnos a entender que nosotros somos observadores de este país que se nos derrumba pero también corresponsables de ese mismo derrumbe. La poesía de Gibler es una poesía descarnada que nos alerta sobre el dolor, pues nos dice que más que lamentarnos hay que levantar la voz, protestar, cuestionar, levantar las manos para detener las balas que asesinan a miles de personas año con año en este país en el que las condiciones socioeconómicas han creado un caldo de cultivo para la violencia que nos azota, pero también un ejército de jóvenes y desempleados que han caído en el universo simbólico de la delincuencia, ese que nos dice que la riqueza está a la vuela de un cargamento, que el respeto tiene forma de revólver o de cuerno de chivo. Gibler se duele por nuestro país en este libro conmovedor, crudo, amoroso, que nos pide que levantemos la cabeza y miremos lo que sucede y no nos quedemos callados, que leamos poesía, que hagamos arte, aunque sea en medio de las balas. (JMH)
México: Sur +. 2012
Los niños del Trópico de Cáncer, de José Luis Gómez
Historia de la ‘Virgen’, un joven andrógino y afeminado que liderea a una banda de niños de la calle que han aprendido a matar para defenderse de los cárteles de Tamaulipas, abatiendo a los sicarios más poderosos del capo local, el cual, al saber de estas derrotas, ordena su exterminio. Al final, son justo estos niños los que terminan defendiendo a la región hasta que descubren que la ‘Virgen’, su líder, en realidad no es un niño travesti que se ha “inyectado aceite en el pecho y se fabricó senos” (sic) como lo han pensado, sino una joven que es descubierta haciendo el amor con otro niño pistolero, ‘Gabino Espejo’. El lenguaje que despliega esta novela roza el trazo poético en una especie de copia degradada de Daniel Sada. Causa especial atención la insistencia en señalar la sexualidad de sus personajes-niños usando imágenes explícitas donde se les adjudica travestismo, analidad, deseo del falo o coito. Al final, el autor salva la trama que se va haciendo más pesada e inverosímil para cerrar en una normalización de la esperanza, en la que la ‘Virgen’ –asumiendo justo su femeneidad- ayunta con ‘Gabino’, quedando embarazada y recuperando su identidad como mujer. Hay un engaño en la publicidad que el autor le ha dado a esta novela haciéndola pasar como alegoría de la realidad, “porque en los últimos años se han descubierto (en Tamaulipas) grupos de niños que van desde los tres a los 15 años, agrupados para defenderse o atracar”, sino por el contrario, la novela se aleja de cualquier explicación social para alojarse en los terrenos de lo esperpéntico. Hay en su verborrea también una advertencia: el sinsentido puede cautivar o cansar. De eso se trata esta novela. (ON)
México, Joaquín Mortiz, 2013.
Los perros, de Lorea Canales
Publicada en mayo de 2013, esta novela presenta una historia divida en dos partes y un epílogo donde la visión de sus tres principales protagonistas (‘Jorge’, ‘Miguel’ y ‘Magali’) se entrelazan para reflejar el grado de infiltración del narcotráfico en las estructuras más altas del empresariado nacional. Inspirada en “hechos reales”, la construcción es totalmente novelística, lo que permite a Canales romper la linealidad, plantear mayor profundidad a los personajes y perfilar pasajes oníricos que se descubren como el mayor acierto del libro. Los perros cuenta la historia de ‘Jorge’, profesor de Derecho, yogui y ecologista, encarcelado por culpa de su hermano ‘Miguel’, transportista que se colude con ciertas organizaciones ubicadas en el Golfo de México para llevar y traer cargamentos de droga con permiso legal respaldado por una certificación internacional ISO como empresa altamente calificada, lo que le permite pasar de una flotilla de tráileres a convertirse en una de las transportadoras más importantes del país. El acierto de Los perros es la fiel reproducción de la vida carcelaria, tal vez conocimiento de primera mano por parte de Canales quien es abogada de profesión y ha impartido clases de Derecho. Entre los defectos de la novela se puede señalar la voz estereotipada de ‘Miguel’, y que fuera del personaje de ‘Jorge’, la prosa se siente por momentos básica, excepto en los pasajes donde se narra un sueño dentro de la cárcel mezclando Historia y el caos onírico de seis decapitados, que resulta de primer nivel. La frase de la página 187: “El dinero como símbolo de poder de los que controlan la violencia”, constituye el subtexto de esta novela que no puede considerarse totalmente “del narco” sino de la corrupción, pero que posee información entre líneas de mucho interés para los que conocen del tema. (ON)
México: Plaza & Janés, 2013.
La primavera del mal, de F. G. Haghenbeck
Novela ambientada en plena época posrevolucionaria, narra el ascenso al poder del ex coronel villista Benito Guadalupe Serrano, quien se dedica a cultivar marihuana en su rancho de Jalisco, y quien con las conexiones políticas adecuadas llegará a controlar la incipiente industria del narcotráfico mexicano, en compañía de su ahijado y guardaespaldas Raúl Duval. La ficción tiene tras de sí una amplia investigación y la recreación de la época (los años comprendidos entre 1930 y 1950), momento en el que el régimen revolucionario terminó de construir sus estructuras de poder, por lo que puede leerse el coprotagonismo de los mantos protectores que los gobiernos emanados de la Revolución otorgaron a dichos “empresarios” para comercializar a Estados Unidos la marihuana y heroína producida en nuestro país (principalmente en los estados de Sinaloa, Guerrero, Michoacán y Jalisco). Así, personajes variopintos atraviesan este relato, desnudando que parte del control de este negocio ilícito (redes de producción, distribución, pero especialmente de protección) proviene del poder político y sus allegados, como el ex presidente de México, Abelardo L. Rodríguez, quien fuese dueño de casinos en la ciudad de Tijuana, o el Gral. Maximino Ávila Camacho, hermano del que fuera presidente del país, Manuel Ávila Camacho, y dueño del mayor rancho productor de marihuana de las décadas de los 30 y 40 del siglo pasado, terreno hoy conocido como Africam Safari. Otro aspecto a destacar en la novela es la figura del Dr. Leopoldo Salazar Viniegra, quien por unos meses dirigió el Departamento de Salubridad en 1938 -durante el gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas-, pionero de la medicina al pretender legalizar el consumo de marihuana e intentar una política preventiva. Al final sus intentos fracasan y la política norteamericana de represión se impone en el mundo como el único modelo a seguir en el tema de las drogas. (JMH)
México: Suma de Letras, 2013.
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