«Función de repulsa», de Luis Panini: una presentación y tres relatos

Hoy presentamos Función de repulsa, de Luis Panini, a las 19 hrs., en la Casa Refugio Citlaltéptl (col. Condesa). Presentan: Isaí Moreno y René López Villamar.

Publicamos tres textos por la ocasión.

FlyerRepulsa
 

Certeza matemática

El hombre sigue la ruta señalada en los letreros iluminados que cuelgan del plafón para encontrar el departamento de caballeros. Lleva puesto un traje blanco. La camisa, los zapatos, el cinturón y la corbata son del mismo color. Tiene un tumor maligno en la cabeza, del tamaño de un chícharo, alojado entre la glándula pituitaria y el hipotálamo. Se lo diagnosticaron hace un par de semanas, pero eligió no someterse al procedimiento quirúrgico recomendado por su oncólogo para extirpárselo. Le pronosticaron seis meses de vida, quizá ocho, pero podrían ser dos, no es fácil determinarlo, confesó el médico. En la sección de caballeros llama su atención un sombrero que decora la cabeza de un maniquí en el interior de un mostrador de cristal. Solicita a una de las empleadas que por favor se lo muestre. La señorita lo toma con delicadeza y se lo ofrece al hombre del tumor, quien se lo prueba con sumo cuidado, como si se tratara de una corona de espinas. El sombrero, estilo Fedora, es de fieltro de lana blanco y corona de forma triangular. Tiene un listón de seda, también blanco, que rodea el perímetro donde la corona y el ala se intersectan. El hombre, de pie frente a un espejo situado sobre el mostrador, ajusta la posición del sombrero hasta quedar satisfecho y decide comprarlo. Pide a la señorita que retire la etiqueta porque quiere dejárselo puesto. Si pudiera dibujarse una línea imaginaria entre la pared interior del sombrero y el tumor maligno, ésta sería de aproximadamente siete centímetros de longitud.

 

Lejos de SeaWorld

Al regresar al puerto ubicado en la bahía de Nagasaki, la tripulación del barco bucanero Nisshin Maru ha terminado de descuartizar a media docena de ballenas grises, a pesar de los convenios internacionales establecidos para la protección de dichos animales. Uno de los tripulantes de la nave ha captado en video imágenes que pronto acaparan la atención de varios grupos activistas. Además de los mamíferos antes mencionados, el video muestra una alarmante cantidad de delfines muertos. En una de las tomas, un hombre de ojos rasgados decapita con un pequeño cuchillo a uno de los cetáceos. El delfín emite sonidos tan agudos que obligan a varios miembros de la tripulación a cubrirse los oídos con las manos mientras la sangre deshabita el aparato circulatorio del animal. El hombre desprende la cabeza del resto del cuerpo y la carga sobre uno de sus hombros. Sonríe a la cámara.

 

Dos buitres

En realidad, la composición de la imagen fotográfica, galardonada con un Pulitzer en 1994, es muy sencilla, tanto que cualquier especulación u opinión de tipo subjetivo resultaría fuera de lugar. Sería ridículo interpretarla como algo distinto de lo que es: una niña y un buitre esperando a que muera para devorarla, eso es todo. Una situación que encuentra en su apática simplicidad la grandiosidad que sólo los hechos más condenables ameritan. La pequeña aparece en primer plano sobre una superficie de tierra suelta, rodeada de hierba quemada por el sol sudanés. Está desnuda, tumbada en el suelo, el cuerpo demacrado por la desnutrición, a punto de sucumbir ante la falta de líquidos y alimento. Tiene el cuello decorado con un collar blanco hecho de huesos o piedras, también lleva una pulsera del mismo color. No se le ve la cara porque mira hacia el suelo y consolida la poca energía que le queda en los codos para sostenerse y seguir arrastrándose. En segundo plano está el buitre con sus alas replegadas, las garras firmes sobre el terreno. Es muy probable que se trate de un alimocho sombrío, también conocido por su nombre científico como Necrosyrtes monachus, o bien puede que sea un buitre cabeciblanco, Trigonoceps occipitalis, ambas especies nativas de esta región. El pajarraco tiene clavada la mirada sobre la espalda de la esquelética niña. Espera con inmutable paciencia su muerte para picotearle la escasa carne que aún le envuelve los huesos. El instinto le dicta que sería inapropiado arrojarse sobre el cuerpo de la pequeña mientras ella lucha por eludir su inevitable extinción.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *